La irrupción de la ultraderecha en Alemania - Nota completa

Nota escrita por Pedro von Eyken * 
Primera parte: www.elpolitico.com
Segunda parte: www.elpolitico.com


PRIMERA PARTE DE LA NOTA

En los últimos años, en artículos y entrevistas, me he referido sobre todo a la situación política de dos países caribeños que fueron también dos destinos diplomáticos para mí, Cuba y Haití. Por diferentes motivos, desde 2021, ambos países han dado bastante que hablar y lo siguen haciendo.  Sin embargo, hoy dedico este primer artículo y el siguiente a un fenómeno político acaecido en un país lejano del Caribe pero cercano en mis afectos: Alemania,  donde más tiempo he vivido después de mi propio país, casi diez años: primero en Hamburgo (1986-1991) y luego en Bonn (1993- 1998). Cuando me tocaba la primera salida al exterior expresé mi deseo de ir a ese país, que era el país de mi padre. El vivió allí sus primeros 27 años, de 1921 a 1948, lo que incluyó la II Guerra Mundial como soldado. Cuando Hitler invadió Polonia, mi padre aún no había cumplido los 18 años y cuando Alemania se rindió a los aliados, no tenía 24. En 1948 llegó a Buenos Aires, donde falleció treinta años más tarde. La guerra nunca fue tema en mi casa. Además, desde 1997 estoy casado con una alemana y con su padre, también diplomático, sí hemos hablado mucho sobre su país. Fue enviado a la guerra antes de finalizar el colegio secundario, como tantos adolescentes, cuando Hitler no admitía que la guerra estaba perdida. Sobrevivió en las Ardenas, nunca antes había empuñado un arma y sentía gran rechazo por los nazis. Era demócrata cristiano y falleció en 2014.

Como politólogo, la referencia a la historia pesa mucho en mi enfoque y el análisis de los acontecimientos. Así sucedió en mi tesis doctoral sobre la Revolución Cubana, defendida en 2021 y en un libro que la resume, publicado al año siguiente. También en un reciente libro sobre Haití que espero publicar este año. En los trabajos extensos y en las notas más breves, para matizar un rigor académico poco atractivo para el gran público, suelo comenzar con referencias personales y con mi propia experiencia testimonial, para luego completarlos con extensas referencias del pasado. Podrá parecer una verdad de Perogrullo pero es muy difícil comprender los alcances de un proceso actual sin conocer su historia.

Como todos, nunca imaginé, al llegar a Hamburgo aquel frío diciembre de 1986, que tres años después caería el Muro de Berlín. Yo vivía a 300 km de la antigua capital alemana pero la vivencia de semejante acontecimiento fue nacional e internacional. Pronto empezamos a ver muchos alemanes del Este, llegados en tren o manejando sus Trabis (por el automóvil Trabant fabricado en Sajonia), con su inconfundible motor de dos tiempos. Vestían jeans no fabricados en EE.UU. y su ropa era visiblemente no occidental. Su acento era diferente del de Hamburgo o Hannover, considerado alto alemán. Los ossis, como se designaba a los orientales (por Ost = Este) no podían creer todo lo que veían en el “fascismo capitalista”, como les habían enseñado que era el país detrás del Muro: la oferta de cualquier producto, como la vestimenta o la comida, era abrumadora. Ni qué decir del parque automotor o la infraestructura edilicia. Antes de la caída del Muro yo había ido dos veces a Berlín Oriental, atravesando casi toda la RDA.

Como es de imaginar, seguí atentamente, in situ, el intrincado proceso de la reunificación alemana, entre noviembre de 1989 y octubre de 1990, que dejó consecuencias que hoy tienen plena vigencia y se relacionan con el conflicto ruso-ucraniano. La trabajosa aceptación multilateral de que Alemania unificada fuera miembro de la OTAN, constituyó el primer jalón de lo que vendría después con los sucesivos ingresos de ex miembros del Pacto de Varsovia al pacto militar occidental, como consecuencia del Tratado de Dos más Cuatro, suscripto el 12 de septiembre de 1990. Las negociaciones del Canciller Federal Helmut Kohl con las autoridades de la ex RDA, además de Mijail Gorbachov, François Mitterrand (el más favorable a la reunificación) George Bush y Margaret Thatcher (la más reacia), entre otros líderes occidentales, podrían llenar varios estantes de las bibliotecas. 

Cuando me hallaba destinado en nuestra embajada en Bonn, recorrí varios estados de la ex RDA. La cultura en Weimar, ciudad de Goethe y Schiller, así como una reunión con María Kodama en Dresde, la infraestructura industrial y hasta el campo de concentración nazi de Buchenwald fueron objeto de algunas visitas en los nuevos estados federados o länder de Turingia, Sajonia y Sajonia-Anhalt.  Durante mucho tiempo, las diferencias entre las dos Alemanias fueron enormes y la tarea que le esperaba los alemanes era titánica. El costo económico de la reunificación fue sideral: en veinte años, de 1990 a 2010, se calcula que se gastaron 2 billones de euros, un promedio de 100 mil millones de euros por año, la mayor inversión de la historia, para acomodar el atrasadísimo Este al moderno Oeste del país. La pagaron los alemanes con un impuesto llamado Solidaritätszuschlag (recargo de solidaridad), que gravaba en un 3,75 % el impuesto sobre la renta, las ganancias de capital y los impuestos de sociedades. En 1995 fue elevado al 7,5 %; y desde 1998 se mantuvo en un 5,5 %. Fue abolido por Angela Merkel en 2019.

La reunificación alemana trajo aparejados otros costos, aparte del mencionado recargo impositivo, como la diferencia de salarios que se pagan en las dos Alemanias. En 2019 esa diferencia salarial alcanzaba, en promedio, el 25 %. Muchos alemanes todavía son renuentes a residir y trabajar en ciudades de la ex RDA. Esas diferencias nos conducen al título de este artículo, el surgimiento de partidos de ultraderecha. Desde la década del 90 del pasado siglo y a pesar de lo que podría pensarse, los ossis se mostraron nostálgicos por el estilo de vida en Alemania Oriental. Ello condujo a un sentimiento colectivo conocido como Ostalgie, que vendría a significar nostalgia del Este. Ese comportamiento se atribuye a la escasa identificación con los valores implantados por Alemania Occidental y, en menor medida, por el desempleo, la disminución del desarrollo económico en los estados federados del este de Alemania y las falsas expectativas sobre la implantación de un Estado de bienestar similar al de la antigua RDA. El respaldo y garantía al proceso de reunificación y las promesas de mejorar la situación económica en Alemania, por parte de Helmut Kohl y su partido demócrata-cristiano, condujo a la victoria de la CDU en las elecciones de 1990. Ni los socialdemócratas (SPD, del canciller federal actual) ni los verdes se mostraron entusiastas ante la idea de apoyar el proceso de reunificación llevado a cabo por Kohl, verdadero artífice de la reunificación, que caería en las elecciones de 1998 luego de dieciséis años en el poder. Una joven física nacida en Hamburgo pero que vivió más de treinta años en la RDA, Angela Merkel, comenzaba por entonces a transitar su carrera política de la mano de Helmut Kohl, que le dio dos ministerios. Su decisión de 2015 de abrirle la puerta a más de un millón de refugiados de países árabes, marcó un punto de inflexión en la tolerancia del alemán medio frente a los inmigrantes y trajo aparejado consecuencias violentas. El legado de esas llegadas masivas de 2015 todavía es espinoso para Alemania. Uno de sus resultados fue el fortalecimiento del partido Alternativa para Alemania, conocido por sus iniciales en alemán, AfD. Lo veremos en el artículo siguiente. 

Luego de la reunificación se registraron en amplias zonas orientales, especialmente entre los jóvenes, sentimientos xenófobos que acarrearon discriminación hacia los inmigrantes pero también más agresiones en su contra que en el resto de Alemania. La presencia de extranjeros modificaba el orden y la homogeneidad sociales. En ese contexto, el establecimiento de refugiados, en su mayoría provenientes de otros países socialistas, estaba restringido por el Estado. Esa convivencia forzada en esa sociedad homogénea hizo que los alemanes orientales fueran menos receptivos que los occidentales a la presencia de extranjeros, lo que explica la aparición de actitudes xenófobas. 

En realidad, existen en Alemania partidos de extrema derecha desde el fin de la II Guerra Mundial. Tras la caída del nazismo en 1945, la extrema derecha se reorganizó rápidamente, aunque siempre se mantuvo como factor marginal en la política del país. Entre los años 40 a 60 existieron, por ejemplo, el Deutsche Rechtspartei (Partido Alemán de Derecha), que fue fundado en 1946 y el Deutsche Reichspartei (Partido Alemán del Reich) fundado en 1950. Otros partidos fueron el Socialista del Reich, fundado en 1949 y la Unión Social Alemana (de Alemania Occidental, ya que hubo otra en la RDA en 1990), de orientación neonazi, fundado en 1950. La mayoría logró entrar en los parlamentos de los estados federados y hasta en el Bundestag. En 1964 surgió una de las mayores agrupaciones de extrema derecha, el Nationaldemokratische Partei Deutschlands (NPD, Partido Nacionaldemócrata de Alemania), que vivió su mejor momento durante sus  primeros cinco años y obtuvo éxitos electorales hasta 1969. También entre los años 70 y 90 se fundaron varios partidos de extrema derecha, varios de los cuales fueron prohibidos a principios de la década del 90 por el Ministerio del Interior. 

Entre ellos Die Republikaner, (Los Republicanos), fundado en 1983, constituye un partido conservador con tendencias nacionalistas. Se ha discutido si pertenece o no a la extrema derecha pero 1990 el partido se distanció de fuerzas ultranacionalistas como el citado Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD) y el movimiento neonazi. Si bien nunca logró entrar al Bundestag, ingresó varias veces a parlamentos de los estados federados, sobre todo en las décadas de 1980 y 1990. Posee varias bancas en consejos deliberantes de ciudades alemanas. Esta agrupación nació cuando algunos miembros desilusionados de la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU), socia de la Democracia Cristiana CDU, la fundaron como protesta contra el líder de la CSU, Franz Josef Strauss. En sus inicios el partido de Los Republicanos fue conservador, sin tendencias nacionalistas muy acentuadas, pero esto cambió en 1985, cuando el periodista Franz Schönhuber fue elegido como presidente del partido  y cambió el perfil, orientándose con el ultranacionalista francés Front National de Jean-Marie Le Pen. Asimismo, cabe recordar que Schönhuber había sido miembro del Partido nazi y de las Waffen-SS.

Ya en el nuevo siglo, con las consecuencias de la reunificación señaladas más arriba, el movimiento de mayor éxito fue el mencionado Nacionaldemócrata de Alemania (NPD), que logró un 9,2% de votos en las elecciones estatales de Sajonia de 2004 y un 1,6% a nivel nacional en las elecciones federales de 2005. Para ingresar al Bundestag (Parlamento Federal), se requiere el 5 %. Algunos grupos neonazis más o menos activos en Alemania han atraído la atención del gobierno y fueron prohibidos por el Ministerio del Interior o el Tribunal Constitucional. La Ley Fundamental de 1949 prohíbe expresamente las agrupaciones extremas que puedan generar totalitarismos de derecha o izquierda. Un partido político alemán solo puede ser prohibido si el Tribunal Constitucional Federal concluye que persigue la abolición del "orden fundamental liberal-democrático" de la República Federal. Desde 1949, dos partidos alemanes fueron prohibidos: el Partido Socialista del Reich, de ideología nacionalsocialista, en 1952, y el Partido Comunista de Alemania en 1956. 

Como queda dicho, en el próximo artículo abordaré la evolución e ideología del partido Alternative für Deutschland (AfD), fundado en 2013, que ha superado a todos los anteriores de extrema derecha al superar hoy en día el 20 % del electorado. 


SEGUNDA PARTE DE LA NOTA



Desde su fundación, la AfD ha procurado desvincularse de la extrema derecha y, en principio, busca acercarse al liberalismo clásico. Como aspectos centrales de su ideología se consideraban nacional-conservadores, euroescépticos más que antieuropeos (por su rechazo del Euro) y contrarios a una inmigración demasiado abierta como la que Alemania vive desde 2015, a partir de la decisión de Angela Merkel de permitir el ingreso de más de un millón de refugiados. Sus detractores le agregan condimentos más extremos y políticamente incorrectos, como la xenofobia, su apoyo a Rusia (y el consecuente abandono de Ucrania) y el antisemitismo. En la plana mayor de AfD, sus tres caras más visibles son:

Presidente honorario, Alejandro Gauland, nacido en 1941 en Chemnitz (ex RDA), doctor en derecho, político y periodista. Luego de pertenecer durante más de 40 años a la CDU (la Democracia Cristiana), fue uno de los fundadores de AfD.

Vocero-Presidente Federal, Tino Chrupalla, nacido en Weißwasser (también ex RDA) en 1975, maestro en pintura artesanal. Desde 2017 es miembro de la bancada parlamentaria de AfD del Parlamento Federal, elegido directamente por Görlitz, ciudad situada al sur de Weisswasser.

Vocera-Presidenta Federal, Alice Weidel, nacida en 1979 en Gütersloh, del estado federado occidental de Renania del Norte-Westfalia, es economista y empresaria.

Los dos últimos comparten el liderazgo, son los más representativos y poseen el perfil más alto. En la actualidad, AfD es el partido de extrema derecha más influyente de Alemania, con 83 escaños en el Parlamento Federal y 11 eurodiputados. Su fundación política es la Desiderius Erasmus y el partido se identifica con el color celeste. Las estimaciones actuales le conceden alrededor del 23 % del electorado, muy por encima del 10,3% que obtuvo en las últimas elecciones federales de 2021. Sus principales bastiones se hallan en el Este, en los estados federados de Brandeburgo, Sajonia y Turingia. Allí las encuestas lo muestran como el partido más popular. En todo el Este, incluido el antiguo Berlín Oriental, la AfD logró en 2021 un porcentaje de votos promedio que dobla lo obtenido en Alemania Occidental, aunque en términos absolutos los estados federados de la parte occidental todavía representaron casi dos tercios de los votos de las elecciones federales de 2017.

Si se abre la página web del partido AfD y se cliquea “Über uns” (Sobre nosotros), aparece el siguiente título y su bajada: 

Coraje para Alemania. Ciudadanos libres, no súbditos.

Somos liberales y conservadores | Somos ciudadanos libres de nuestro país | Somos demócratas convencidos

Al buscar sus principios y orientación política con más detalle, he comprobado que en la página web afd.de que solía consultar, ha sido prohibida la difusión de toda información sobre programas y plataformas. En cambio, se mantiene en las redes Instagram como afd.bund  y Twitter o X como @AFD. Conviene tener presente que en 2021 el partido fue puesto bajo vigilancia por la inteligencia de la Oficina Federal de Protección de la Constitución, organismo que vela por el cumplimiento de la prohibición de crear agrupaciones políticas extremistas, debido a las nefastas consecuencias que dejó el nazismo. De todos modos, en términos generales, la AfD busca limitar la inmigración, sacar a Alemania de la Eurozona y de la Unión Europea y restaurar el uso del marco alemán. Obtuvo un 10.3% en las elecciones federales de 2021, con 83 escaños en el Bundestag (Parlamento Federal). Además dispone de 11 eurodiputados. Su fundación es la Desiderius Erasmus y se le identifica con el color celeste.

El target de AfD es una creciente porción del electorado que se muestra insegura con el aumento de la inmigración, le incomoda que Alemania suministre armas a Ucrania y está exasperada por las extensas e intrincadas disputas del gobierno sobre planes climáticos, que podrían costar a los ciudadanos su modesto pero cómodo modo de vida. Si la tendencia se mantiene, la AfD podría representar la amenaza más seria para la política alemana tradicional desde 2017, cuando se convirtió en el primer partido de extrema derecha en entrar en el Parlamento Federal desde la Segunda Guerra Mundial. Es un aumento sorprendente para un partido por el que muy pocos apostaban hace más de un año, según los medios, luego de hundirse en las elecciones nacionales. AfD refleja el malestar de un país en una encrucijada que se va complicando para la coalición gobernante.

Al resto de electorado moderado no parece agradarle el crecimiento de la ultraderecha. A fines de enero último, entre 250 y 300.000 personas de toda Alemania salieron a las calles tras haberse revelado que miembros de AfD participaron en una reunión secreta para debatir la deportación masiva de refugiados y ciudadanos alemanes de origen extranjero si llegaran al poder. Las multitudes se mostraron a favor de la democracia y contra AfD. Estas protestas fueron convocadas por sindicatos, asociaciones civiles y los partidos Verde y Socialdemócrata. Para el líder de la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU), Friedrich Merz, esas manifestaciones fueron alentadoras.

Cuando fue elegida en 2021, la coalición de tres partidos de Olaf Scholz prometió conducir a Alemania a una transformación dolorosa pero necesaria. Sin embargo, el país se sumió en una profunda incertidumbre por la invasión rusa de Ucrania. Al principio, el gobierno parecía vencer a los peores pronósticos cuando los aliados de Alemania elogiaban la promesa de sustituir el pacifismo de posguerra por una revitalización militar  y se encontraron rápidamente alternativas al gas ruso, más barato. No obstante, Alemania entró en recesión, las cifras de migración alcanzaron máximos históricos, impulsadas por los refugiados ucranianos y en la coalición comenzaron luchas internas para retomar el rumbo definido para el país antes de la guerra.

El internacionalista argentino Carlos Pérez Llana, en un interesante artículo publicado el 6 del corriente mes en “Clarín”, sostuvo que hay cuatro geografías donde tienen lugar los acontecimientos más importantes del mundo: Estados Unidos, Ucrania, Alemania y Medio Oriente. Respecto de Alemania, señaló que “el motor de la economía europea padece una anemia preocupante. En el 2023 el PBI se contrajo y ello se explica por el retroceso de la industria, debido particularmente a las implicancias de haber suspendido las compras de gas ruso; a la suba de las tasas de interés y a la caída del gasto público. Además, el freno al endeudamiento, impulsado por el Tribunal Constitucional, hizo lo suyo en nombre de un ‘fundamentalismo del desendeudamiento’. Pero más allá de la economía, el problema central de Alemania es político. El pesimismo germano hoy se expresa en el crecimiento del partido Alternativa Alemana que se está perfilando como una opción electoral impensable. Suma apoyos en los sectores rurales, que cuestionan las políticas medio ambientalistas europeas, expresan un fuerte sentimiento anti inmigraciones, se oponen a la ayuda a Ucrania y recientemente han cuestionado la pertenencia a la Unión Europea. En estas condiciones, el papel de liderazgo moderador de Berlín pareciera estar perdiendo fuerza, una inimaginable y peligrosa situación que afecta al sistema de equilibrios regionales.”

Comparto los conceptos transcriptos precedentemente. Primero, por la debilidad que parece demostrar día a día la “Ampel Koalition” o “coalición semáforo”, que se integra con el rojo de los socialdemócratas, el amarillo de los liberales y el verde de Los Verdes. Evidentemente, el Canciller Federal Olaf Scholz y sus socios no terminan de encontrarle la vuelta al curso de la nave insignia de la Unión Europea, que parecería alejarse cada vez más del liderazgo que poseía hasta no hace mucho.

Recientemente asistí a una reunión de amigos a la que invitamos a un alemán, representante en Argentina de una fundación política, que comentó sus impresiones sobre una reciente visita a Alemania, bastante coincidentes con las de Pérez Llana y con una novedad. Nuestro invitado reiteró las prevenciones que ya le conocemos sobre la ideología y principios rectores de la “Alternativa para Alemania”, que no le gusta nada, con un agregado novedoso: AfD podría perder votos en manos de un partido político de izquierda con elementos de la ultraderecha, fundado recientemente: la “Bündnis Sahra Wagenknecht”, BSW, o Alianza Sahra Wagenknecht. Se podría estar hablando de un giro de la izquierda a la derecha con votos escindidos de la AfD. Toda una novedad política y electoral.

Sahra Wagenknecht es esposa del veterano político del Sarre Oskar Lafontaine, que fue originalmente socialdemócrata y luego emigró la izquierda más radical de “Die Linke” (La Izquierda, equivalente a la “Izquierda Unida” de España). La inquieta historia política de Lafontaine fue así: en marzo de 1999 renunció al partido de los ex Cancilleres Federales Willy Brandt, Helmut Schmidt y el Canciller de entonces, Gerhard Schroeder. En 2005 unió el partido “Alternativa Electoral Trabajo y Justicia Social” (WASG, por sus siglas en alemán), con el “Partido del Socialismo Democrático” (PDS), del Este de Alemania, heredero del Partido Socialista Unificado o comunista de la antigua RDA. Formó así el partido “La Izquierda”. Con ese paso Lafontaine culminó también su carrera política. Su esposa, Sahra Wagenknecht y otros miembros de La Izquierda en el Parlamento iniciaron la nueva formación política con ideas políticas controvertidas. Esta facción de la izquierda ya se inscribió en el registro de asociaciones de la ciudad sureña de Karslruhe y aspira a comenzar su vida política este año frente a las elecciones europeas y a las próximas elecciones estaduales. La nueva alianza posee una característica poco usual en Alemania: denominarse con el nombre de su líder. La convierte, a los ojos de los alemanes, en una especie de club de fans de Sahra Wagenknecht, devenida la política del momento. Esta agrupación defiende a los trabajadores con postulados que recuerdan la ultraderecha de la AfD y crece en las encuestas.

En realidad, lo que hicieron la señora Wagenknecht y los otros miembros escindidos de La Izquierda fue crear una considerable fractura en la izquierda alemana. El grupo restante carecería de la necesaria fuerza parlamentaria y esto llevaría a dos nuevos grupos, que, divididos, recibirían menos fondos y capacidad de intervención en el Parlamento. Según otros analistas políticos alemanes, Sahra Wagenknecht apunta a ganarse votantes de clases medias y empresarios disconformes con la fuerte recesión que sufre Alemania. Las posiciones políticas de BSW incluyen fuertes restricciones a la inmigración, la desglobalización, la oposición a las políticas verdes, el fin de la ayuda militar a Ucrania y un acuerdo negociado con Rusia. La BSW critica el envío de armas a Ucrania y culpan a la OTAN por agravar el conflicto. En cuanto al conflicto de Medio Oriente, Wagenknecht sostiene que la Franja de Gaza es una «prisión al aire libre».

Nuestro amigo alemán, con su relato de la semana pasada, complementado con la búsqueda de más datos por el autor de estas líneas, introdujo un factor político que podría complicar más la vida política de la antigua locomotora industrial europea. El posible crecimiento de la Alternativa para Alemania, que dio origen a este artículo, podría perder su condición de novedad excluyente en el panorama electoral.

 

*Pedro von Eyken es doctor en ciencias políticas y diplomático.


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