La diplomacia es más que una profesión; revisemos los conceptos. Para muchos, quizá la mayoría, es apenas una manera suave, indirecta y a veces rebuscada de expresarse y actuar con los demás. Es un primer mito, porque la diplomacia excede en mucho esa idea general. En todo caso, podemos admitir una obsesión por evitar asperezas y ofensas, aun involuntarias. Los diplomáticos debemos pensar muy bien lo que decimos porque no siempre podemos decir lo que pensamos. No se nos perdona que no tengamos presente un viejo principio: uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras. No obstante, a veces, como seres humanos, también cometemos errores.
Hay otros mitos. Ahora recuerdo dos muy instalados en la gente común: vivimos de cóctel en cóctel y manejamos autos alemanes. Sobre los cócteles y comidas, es cierto, son muy frecuentes y pueden llegar a ser tediosos, ya que a veces se ve a la misma gente dos y más veces por semana, entre eventos tales como las fiestas nacionales y las comidas informales. Sin embargo, están muy relacionados con una función inexcusable de nuestra profesión, la información, a la que me referiré más adelante.
Respecto
de los automóviles, si bien hay dos marcas alemanas emblemáticas de alta gama
muy utilizadas por los colegas, también usamos otras marcas alemanas y de otros
países. Mi primer auto propio, sí, fue el alemán más clásico de alta gama. Lo adquirí
a fines de 1986 en mi primer destino en el exterior como cónsul en Hamburgo, Alemania,
donde estuve desde 1986 hasta 1991. No era nuevo sino que ya tenía cinco años
de uso. Recorrí el país y parte de Europa con él. En mis tres destinos subsiguientes (de
nuevo en Alemania y luego en Cuba y Finlandia), hasta hoy, ya retirado, tuve un auto alemán de otra marca y tres de la
misma marca japonesa. En Haití, como embajador (2017-2019), tenía asignada una
camioneta 4 x 4 blindada de origen estadounidense, propiedad del estado
nacional. Por razones de seguridad, no lo manejaba yo sino mis custodios de
Gendarmería Argentina.
Pasemos
a las realidades, que son las que menos se conocen. Primero, el ingreso a la
carrera diplomática. Es necesario pasar un exhaustivo examen psicofísico,
poseer título universitario de cuatro años de estudios, presentar un
certificado de inglés del nivel First
Certificate, rendir varios exámenes escritos de diferentes materias,
escribir un ensayo sobre un tema de política internacional y mantener un
coloquio oral con varios embajadores de carrera. Todo ello se califica de 0 a
10, asignando diferentes coeficientes a las distintas pruebas y se confecciona
un promedio general. Como hay un determinado número de vacantes que varía cada
año, ingresan al Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), por orden
de mérito según la calificación general, los primeros candidatos del número X de
vacantes de ese año. En 1981, mi año del concurso de ingreso, ingresamos los
primeros veintinueve aspirantes del orden de mérito. Esos aspirantes realizan un
curso de dos años, con dedicación exclusiva con diferentes asignaturas y
prácticas en la Cancillería. Los cursos incluyen la mejora obligatoria del
nivel de inglés, si correspondiere y aprobar cierto nivel de idioma portugués.
Al final del segundo año, los aspirantes que no han sido aplazados en ninguna
asignatura egresan con la categoría inicial de Secretarios de Embajada y
Cónsules de Tercera Clase y pasan a desempeñar funciones en la Cancillería,
durante un mínimo de dos años en promedio, hasta que son destinados al
exterior.
Además de mi propia experiencia como embajador en el convulsionado Haití, el país más inseguro de América, entre 2017 y 2019, nos desempeñamos en países en guerra abierta. Por ejemplo, también ingresó conmigo a la carrera diplomática la actual embajadora argentina en Ucrania desde 2019, Elena Mikusinski. Hija de polacos emigrados, nacida en San Luis y politóloga egresada de la Universidad Católica de Córdoba, Elena es políglota (habla inglés, francés, ruso, algo de alemán y, seguramente ahora, bastante de ucraniano). Antes de Kiev estuvo destinada en París, Miami, Moscú y Londres. No se movió de Kiev hasta que la inseguridad era insostenible y pasó los últimos días en la capital recluida en el sótano de la residencia oficial, con algunos argentinos desprotegidos, algunos de ellos con bebés en brazos, cuando desplazarse a la embajada ya era imposible.
Luego
de todo lo leído en el extenso párrafo anterior se comprenda por qué
protestamos, a lo largo de la carrera, cuando las autoridades abusan en la
designación de embajadores políticos. Vale una aclaración: no todos los embajadores
políticos son malos y hay funcionarios de carrera que cometen serios errores,
algunos de los cuales conducen a los estrados de la justicia penal. Sin
embargo, en general, la preparación específica intensiva y el dinero que el
Estado invierte en la formación y capacitación de sus diplomáticos justifican
plenamente la conveniencia de optar por diplomáticos profesionales.
La
primera función específica y más significativa de los diplomáticos es la de
representar al país en el exterior. Todos los funcionarios de una embajada representan
al país en el extranjero y sólo los embajadores representan al Presidente ante
otro Jefe de Estado. Por algo es el Presidente el que firma las cartas
credenciales que el embajador presentará ante el Jefe de Estado del país de
destino. Ello se lleva a cabo en una ceremonia solemne y la función oficial del
embajador en ese país comienza recién luego de dicha ceremonia aunque con
anterioridad el jefe de misión presenta las copias de sus cartas credenciales
al ministro de relaciones exteriores del Estado receptor.
Esa
es una función que confiere honor y dignidad al representante del Estado
extranjero y obliga a mantener la misma actitud a las autoridades extranjeras.
Su significación se pone de manifestó en actos de la más diversa índole, desde
la asistencia a una recepción ofrecida por el país de destino o por terceros
países, por ejemplo, en las fiestas nacionales, hasta el hacer uso de la
palabra en reuniones bilaterales o multilaterales por temas de interés
nacional: no es embajador o el funcionario X el que está presente, haciendo uso
de la palabra, sino la República Argentina. Es algo que siempre debe ser tenido
en cuenta. Esa elevada representatividad requiere decoro en la vida pública y
en la privada, ya que los escándalos de la vida privada también
comprometen.
En
ese sentido debo subrayar algo que, si bien parece obvio, no siempre lo es: los
diplomáticos representan a su país, a su forma de gobierno y a sus intereses,
no a los del país de destino. La República Argentina, según la Constitución a
la que los diplomáticos juramos lealtad al iniciar nuestra carrera, posee una
democracia republicana, pluralista, tolerante de la diversidad de opiniones,
con economía de mercado, independencia de poderes y mandatos acotados de sus
autoridades. Nuestro país no está obligado a enviar como sus representantes
ante países con un sistema político distinto a quienes simpaticen
necesariamente con dicho sistema. El diplomático debe respetar el sistema
político del Estado receptor y no inmiscuirse en asuntos internos. No está obligado a compartir su sistema o
ideas políticas. Me ha tocado alguna vez trabajar en una embajada bajo las
órdenes de una persona ajena al servicio exterior profesional que parecía más una
militante del sistema del país de destino. Su irritación ante las críticas
llegaba al punto de perseguir a los demás funcionarios y empleados locales que
criticaban moderadamente el sistema --puertas adentro de la representación-- y
hasta de rechazar los borradores de cables cifrados que informaran sobre
irregularidades o defectos graves de ese país que convenía informar a nuestra
Cancillería.
Más
arriba, al referirme al mito de los cócteles, mencioné la información. La gente
de a pie suele ignorar que los actos sociales de cualquier índole sirven,
indirectamente, para obtener información valiosa que puede resultar útil a
nuestra Cancillería o a otras autoridades de nuestro país. No toda la
información es pública ni se obtiene por la prensa, aunque ésta debe ser
transmitida, a veces diariamente según los casos. Hay información reservada o
confidencial que nos transmiten las autoridades del país de destino, los
colegas de otras embajadas y los representantes de la prensa extranjera. Esa
información debe ser transmitida al ministerio por cable cifrado. Es una
función especialmente importante en países cuyo régimen político incluye una
rígida censura de prensa, ya que las noticias u opiniones locales reflejan
exclusivamente la versión oficial. Tuve una experiencia en uno de esos países,
no como embajador y mantenía excelentes relaciones con los colegas de otras
embajadas y los representantes de la prensa extranjera, a fin de informar a la
Cancillería de hechos de cierta gravitación que jamás aparecían en la prensa
uniforme y controlada.
Otra función emblemática de la diplomacia es la negociación. Es algo que ahora resultaría fundamental para parar el reguero de sangre imparable en Ucrania. Hay muchos tipos de negociación: la que se encara para evitar una guerra y/o para para detenerla; la que se realiza para redactar un convenio bilateral o multilateral de cualquier índole (económica, comercial, militar, etc.), la que se efectúa antes de una visita de Estado y contempla los diversos aspectos relativos a dicha visita. Hay más, sólo enumero algunas. Algunos piensan que la labor del diplomático instalado en otro país es casi superflua, por los rápidos transportes por avión que no hubo hasta principios del siglo XX y las actuales tecnologías, todo lo cual conduce a la llamada “diplomacia directa”. Esta se da cuando los cancilleres o jefes de gobierno se encuentran directamente o se sientan frente a un zoom. Pero quienes eso dicen ignoran que, sobre todo en el caso de los encuentros personales en el otro país, una visita requiere una ardua preparación previa y no sólo vinculada a cuestiones de protocolo. También se relaciona con los asuntos de la agenda a tratar y con el volumen de las delegaciones. Finalmente, las misiones comerciales de empresas exportadoras al exterior, área por excelencia de la Cancillería, requieren funcionarios de la embajada que preparen esos contactos. Lo mismo cuando se desplazan a otro país ministros de distintas áreas. Como en los casos de las demás funciones, este ha sido un somero pantallazo sobre la negociación, que necesita, entre otras condiciones, de funcionarios con una predisposición positiva y tacto para cumplirla satisfactoriamente.
También hay otra
función muy importante del servicio exterior, que subraya la condición de
“servicio” y es más propia de la sección consular y los demás consulados en el país de destino,
aunque no puede ser eludida por el propio embajador, según los casos: la de
asistir a los argentinos en el exterior. Dicha asistencia se presenta bajo
diversas formas. Yo he cumplido funciones consulares en casi todos mis
destinos, desde el Consulado General en Hamburgo, a fines de la década de
1980, como cónsul, hasta en Haití como
embajador, de 2017 a 2019, por ausencia del cónsul. La función incluye
actividades que el público suele desconocer, como asistir a los argentinos en
aeropuertos, hospitales, institutos de salud mental y cárceles, entre otros
sitios. En los casos que requieren la asistencia financiera directa, por ejemplo
ante el robo de dinero al turista argentino, el pago de un abogado por haber
sido detenido o el vencimiento de un pasaje aéreo que requiere un pago
adicional para regresar al país, muchos creen que la embajada o consulado
tienen la obligación de hacerse cargo del gasto. No es así. En primer lugar, el
funcionario de la embajada o consulado debe averiguar fehacientemente, mediante
comunicación del recurrente argentino con sus familiares en el país, si no
existe manera de que se hagan cargo del gasto. No obstante, a veces el funcionario
se excede por razones humanitarias, a título personal, en el alcance de la
asistencia reglamentaria. Una vez, en Hamburgo, debí asistir desde el
aeropuerto hasta el hospital a un ciudadano procedente de la provincia de
Neuquén que debía operarse de la vista. El hombre había logrado llegar a
Alemania y disponer de dinero para los costos de la operación con la ayuda
económica de la gente de su pueblo. Su efectivo era escaso, no contaba con
tarjeta de crédito y sólo hablaba castellano. Así que lo fui a esperar al
aeropuerto, lo tuve en mi casa hasta su operación, lo llevé al hospital, hice
de traductor con los médicos y lo volví a recibir en mi casa hasta que debió
regresar a la Argentina, acercándolo al aeropuerto. Las actividades incluyeron
paseos por la ciudad. Por entonces yo era soltero, lo que facilitaba las cosas.
Todo
eso y otras situaciones que no menciono para no extenderme demasiado, son
realidades, no mitos.
Asimismo es parte de la realidad que la vida familiar de un diplomático o diplomática,
la de su cónyuge y sus hijos, resulta complicada e implica, muchas veces, el
pago de elevados precios personales, comenzando por las continuas mudanzas de
país, cambio de amistades y adaptaciones varias.
Suelo
comparar nuestra función con las operaciones aritméticas elementales: el
diplomático sólo debería sumar, nunca restar o dividir. En momentos en que
tiene lugar una cruenta guerra entre Rusia y Ucrania en el lejano territorio de
esta última, nosotros estamos para tender puentes y buscar consensos,
procurando evitar las guerras y mantener la paz.
Espero
que el lector de estas líneas haya conocido algo más de lo que se sabe muy
poco. Finalizo esta descripción con la promesa de ampliar información a quien
la requiera y subrayando dos condiciones que, a mi juicio, deberían ser propias
de quienes se dedican a lo mismo que yo. Primero, que somos funcionarios del
Servicio Exterior de la Nación, nuestros salarios se pagan con los impuestos de
los contribuyentes y debemos servir. Segundo, que a pesar de los oropeles
atribuidos a esta actividad, no hay que “creérsela”, actuando con arrogancia o distancias
innecesarias con nuestros semejantes.
*Doctor
en ciencias políticas y diplomático retirado.
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