¿QUÉ HACE UN DIPLOMÁTICO? MITOS Y REALIDADES

Pedro von Eyken                                                                                                            


 

Mi amiga Stella Roque, excelente profesional dedicada con pasión a todo lo vinculado con el mundo de los libros y editora del primero que escribí, me ha pedido unas líneas para su página sobre la profesión diplomática a la que me dediqué full time durante más de treinta y siete años, entre agosto de 1983 y abril de 2021.

La diplomacia es más que una profesión; revisemos los conceptos. Para muchos, quizá la mayoría, es apenas una manera suave, indirecta  y a veces rebuscada de expresarse y actuar con los demás. Es un primer mito, porque la diplomacia excede en mucho esa idea general. En todo caso, podemos admitir una obsesión por evitar asperezas y ofensas, aun involuntarias. Los diplomáticos debemos pensar muy bien lo que decimos porque no siempre podemos decir lo que pensamos. No se nos perdona que no tengamos presente un viejo principio: uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras. No obstante, a veces, como seres humanos, también cometemos errores.

           Hay otros mitos. Ahora recuerdo dos muy instalados en la gente común: vivimos de cóctel en cóctel y manejamos autos alemanes. Sobre los cócteles y comidas, es cierto, son muy frecuentes y pueden llegar a ser tediosos, ya que a veces se ve a la misma gente dos y más veces por semana, entre eventos tales como las fiestas nacionales y las comidas informales. Sin embargo, están muy relacionados con una función inexcusable de nuestra profesión, la información, a la que me referiré más adelante.

Respecto de los automóviles, si bien hay dos marcas alemanas emblemáticas de alta gama muy utilizadas por los colegas, también usamos otras marcas alemanas y de otros países. Mi primer auto propio, sí, fue el alemán más clásico de alta gama. Lo adquirí a fines de 1986 en mi primer destino en el exterior como cónsul en Hamburgo, Alemania, donde estuve desde 1986 hasta 1991. No era nuevo sino que ya tenía cinco años de uso. Recorrí el país y parte de Europa con él. En mis tres destinos subsiguientes (de nuevo en Alemania y luego en Cuba y Finlandia), hasta hoy, ya retirado,  tuve un auto alemán de otra marca y tres de la misma marca japonesa. En Haití, como embajador (2017-2019), tenía asignada una camioneta 4 x 4 blindada de origen estadounidense, propiedad del estado nacional. Por razones de seguridad, no lo manejaba yo sino mis custodios de Gendarmería Argentina.  

Pasemos a las realidades, que son las que menos se conocen. Primero, el ingreso a la carrera diplomática. Es necesario pasar un exhaustivo examen psicofísico, poseer título universitario de cuatro años de estudios, presentar un certificado de inglés del nivel First Certificate, rendir varios exámenes escritos de diferentes materias, escribir un ensayo sobre un tema de política internacional y mantener un coloquio oral con varios embajadores de carrera. Todo ello se califica de 0 a 10, asignando diferentes coeficientes a las distintas pruebas y se confecciona un promedio general. Como hay un determinado número de vacantes que varía cada año, ingresan al Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), por orden de mérito según la calificación general,  los primeros candidatos del número X de vacantes de ese año. En 1981, mi año del concurso de ingreso, ingresamos los primeros veintinueve aspirantes del orden de mérito. Esos aspirantes realizan un curso de dos años, con dedicación exclusiva con diferentes asignaturas y prácticas en la Cancillería. Los cursos incluyen la mejora obligatoria del nivel de inglés, si correspondiere y aprobar cierto nivel de idioma portugués. Al final del segundo año, los aspirantes que no han sido aplazados en ninguna asignatura egresan con la categoría inicial de Secretarios de Embajada y Cónsules de Tercera Clase y pasan a desempeñar funciones en la Cancillería, durante un mínimo de dos años en promedio, hasta que son destinados al exterior. Una prueba de la variedad y hasta de la alta inseguridad de algunos destinos diplomáticos, cosa que tampoco sabe el argentino de a pie sobre nuestra profesión,  es que no sólo vamos a Europa Occidental, Estados Unidos o Japón. 

Además de mi propia experiencia como embajador  en el convulsionado Haití, el país más inseguro de América, entre 2017 y 2019, nos desempeñamos en países en guerra abierta. Por ejemplo, también ingresó conmigo a la carrera diplomática la actual embajadora argentina en Ucrania desde 2019, Elena Mikusinski. Hija de polacos emigrados, nacida en San Luis y politóloga egresada de la Universidad Católica de Córdoba, Elena es políglota  (habla inglés, francés, ruso, algo de alemán y, seguramente ahora, bastante de ucraniano). Antes de Kiev estuvo destinada en París, Miami, Moscú y Londres.  No se movió de Kiev hasta que la inseguridad era insostenible y pasó los últimos días en la capital  recluida en el sótano de la residencia oficial, con algunos argentinos desprotegidos, algunos de ellos con bebés en brazos, cuando desplazarse a la embajada  ya era imposible.

Luego de todo lo leído en el extenso párrafo anterior se comprenda por qué protestamos, a lo largo de la carrera, cuando las autoridades abusan en la designación de embajadores políticos. Vale una aclaración: no todos los embajadores políticos son malos y hay funcionarios de carrera que cometen serios errores, algunos de los cuales conducen a los estrados de la justicia penal. Sin embargo, en general, la preparación específica intensiva y el dinero que el Estado invierte en la formación y capacitación de sus diplomáticos justifican plenamente la conveniencia de optar por diplomáticos profesionales.

La primera función específica y más significativa de los diplomáticos es la de representar al país en el exterior. Todos los funcionarios de una embajada representan al país en el extranjero y sólo los embajadores representan al Presidente ante otro Jefe de Estado. Por algo es el Presidente el que firma las cartas credenciales que el embajador presentará ante el Jefe de Estado del país de destino. Ello se lleva a cabo en una ceremonia solemne y la función oficial del embajador en ese país comienza recién luego de dicha ceremonia aunque con anterioridad el jefe de misión presenta las copias de sus cartas credenciales al ministro de relaciones exteriores del Estado receptor.

Esa es una función que confiere honor y dignidad al representante del Estado extranjero y obliga a mantener la misma actitud a las autoridades extranjeras. Su significación se pone de manifestó en actos de la más diversa índole, desde la asistencia a una recepción ofrecida por el país de destino o por terceros países, por ejemplo, en las fiestas nacionales, hasta el hacer uso de la palabra en reuniones bilaterales o multilaterales por temas de interés nacional: no es embajador o el funcionario X el que está presente, haciendo uso de la palabra, sino la República Argentina. Es algo que siempre debe ser tenido en cuenta. Esa elevada representatividad requiere decoro en la vida pública y en la privada, ya que los escándalos de la vida privada también comprometen. 

En ese sentido debo subrayar algo que, si bien parece obvio, no siempre lo es: los diplomáticos representan a su país, a su forma de gobierno y a sus intereses, no a los del país de destino. La República Argentina, según la Constitución a la que los diplomáticos juramos lealtad al iniciar nuestra carrera, posee una democracia republicana, pluralista, tolerante de la diversidad de opiniones, con economía de mercado, independencia de poderes y mandatos acotados de sus autoridades. Nuestro país no está obligado a enviar como sus representantes ante países con un sistema político distinto a quienes simpaticen necesariamente con dicho sistema. El diplomático debe respetar el sistema político del Estado receptor y no inmiscuirse en asuntos internos.  No está obligado a compartir su sistema o ideas políticas. Me ha tocado alguna vez trabajar en una embajada bajo las órdenes de una persona ajena al servicio exterior profesional que parecía más una militante del sistema del país de destino. Su irritación ante las críticas llegaba al punto de perseguir a los demás funcionarios y empleados locales que criticaban moderadamente el sistema --puertas adentro de la representación-- y hasta de rechazar los borradores de cables cifrados que informaran sobre irregularidades o defectos graves de ese país que convenía informar a nuestra Cancillería.     

Más arriba, al referirme al mito de los cócteles, mencioné la información. La gente de a pie suele ignorar que los actos sociales de cualquier índole sirven, indirectamente, para obtener información valiosa que puede resultar útil a nuestra Cancillería o a otras autoridades de nuestro país. No toda la información es pública ni se obtiene por la prensa, aunque ésta debe ser transmitida, a veces diariamente según los casos. Hay información reservada o confidencial que nos transmiten las autoridades del país de destino, los colegas de otras embajadas y los representantes de la prensa extranjera. Esa información debe ser transmitida al ministerio por cable cifrado. Es una función especialmente importante en países cuyo régimen político incluye una rígida censura de prensa, ya que las noticias u opiniones locales reflejan exclusivamente la versión oficial. Tuve una experiencia en uno de esos países, no como embajador y mantenía excelentes relaciones con los colegas de otras embajadas y los representantes de la prensa extranjera, a fin de informar a la Cancillería de hechos de cierta gravitación que jamás aparecían en la prensa uniforme y controlada.

Otra función emblemática de la diplomacia es la negociación. Es algo  que ahora resultaría fundamental para parar el reguero de sangre imparable en Ucrania. Hay muchos tipos de negociación: la que se encara para evitar una guerra y/o para para detenerla; la que se realiza para redactar un convenio bilateral o multilateral de cualquier índole (económica, comercial, militar, etc.), la que se efectúa antes de una visita de Estado y contempla los diversos aspectos relativos a dicha visita. Hay más, sólo enumero algunas. Algunos piensan que la labor del diplomático instalado en otro país es casi superflua, por los rápidos transportes por avión que no hubo hasta principios del siglo XX y las actuales tecnologías, todo lo cual conduce a la llamada “diplomacia directa”. Esta se da cuando los cancilleres o jefes de gobierno se encuentran directamente o se sientan frente a un zoom. Pero quienes eso dicen ignoran que, sobre todo en el caso de los encuentros personales en el otro país, una visita requiere una ardua preparación previa y no sólo vinculada a cuestiones de protocolo. También se relaciona con los asuntos de la agenda a tratar y con el volumen de las delegaciones. Finalmente, las misiones comerciales de empresas exportadoras al exterior, área por excelencia de la Cancillería, requieren funcionarios de la embajada que preparen esos contactos. Lo mismo cuando se desplazan a otro país ministros de distintas áreas. Como en los casos de las demás funciones, este ha sido un somero pantallazo sobre la negociación, que necesita, entre otras condiciones, de funcionarios con una predisposición positiva y tacto para cumplirla satisfactoriamente.   

También hay otra función muy importante del servicio exterior, que subraya la condición de “servicio” y es más propia de la sección consular y los demás consulados en el país de destino, aunque no puede ser eludida por el propio embajador, según los casos: la de asistir a los argentinos en el exterior. Dicha asistencia se presenta bajo diversas formas. Yo he cumplido funciones consulares en casi todos mis destinos, desde el Consulado General en Hamburgo, a fines de la década de 1980,  como cónsul, hasta en Haití como embajador, de 2017 a 2019, por ausencia del cónsul. La función incluye actividades que el público suele desconocer, como asistir a los argentinos en aeropuertos, hospitales, institutos de salud mental y cárceles, entre otros sitios. En los casos que requieren la asistencia financiera directa, por ejemplo ante el robo de dinero al turista argentino, el pago de un abogado por haber sido detenido o el vencimiento de un pasaje aéreo que requiere un pago adicional para regresar al país, muchos creen que la embajada o consulado tienen la obligación de hacerse cargo del gasto. No es así. En primer lugar, el funcionario de la embajada o consulado debe averiguar fehacientemente, mediante comunicación del recurrente argentino con sus familiares en el país, si no existe manera de que se hagan cargo del gasto. No obstante, a veces el funcionario se excede por razones humanitarias, a título personal, en el alcance de la asistencia reglamentaria. Una vez, en Hamburgo, debí asistir desde el aeropuerto hasta el hospital a un ciudadano procedente de la provincia de Neuquén que debía operarse de la vista. El hombre había logrado llegar a Alemania y disponer de dinero para los costos de la operación con la ayuda económica de la gente de su pueblo. Su efectivo era escaso, no contaba con tarjeta de crédito y sólo hablaba castellano. Así que lo fui a esperar al aeropuerto, lo tuve en mi casa hasta su operación, lo llevé al hospital, hice de traductor con los médicos y lo volví a recibir en mi casa hasta que debió regresar a la Argentina, acercándolo al aeropuerto. Las actividades incluyeron paseos por la ciudad. Por entonces yo era soltero, lo que facilitaba las cosas.

Todo eso y otras situaciones que no menciono para no extenderme demasiado, son realidades, no mitos.

Asimismo es parte de la realidad que la vida familiar de un diplomático o diplomática, la de su cónyuge y sus hijos, resulta complicada e implica, muchas veces, el pago de elevados precios personales, comenzando por las continuas mudanzas de país, cambio de amistades y adaptaciones varias. Hay otra realidad suele agregarse, que casi nadie conoce y que hoy en día no es fácil de asimilar: por Ley del Servicio Exterior de la Nación N° 20.957, el cónyuge u otros familiares del diplomático argentino, cuando están destinado en el exterior, no pueden ejercer su profesión o tener  ningún trabajo. Ello no sólo coarta o interrumpe la vocación profesional del cónyuge y  otros parientes sino que también suspende en Argentina los aportes previsionales correspondientes. Muy pocas ocupaciones pueden realizar estos parientes, por ejemplo, las actividades artísticas no remuneradas.

Suelo comparar nuestra función con las operaciones aritméticas elementales: el diplomático sólo debería sumar, nunca restar o dividir. En momentos en que tiene lugar una cruenta guerra entre Rusia y Ucrania en el lejano territorio de esta última, nosotros estamos para tender puentes y buscar consensos, procurando evitar las guerras y mantener la paz.

Espero que el lector de estas líneas haya conocido algo más de lo que se sabe muy poco. Finalizo esta descripción con la promesa de ampliar información a quien la requiera y subrayando dos condiciones que, a mi juicio, deberían ser propias de quienes se dedican a lo mismo que yo. Primero, que somos funcionarios del Servicio Exterior de la Nación, nuestros salarios se pagan con los impuestos de los contribuyentes y debemos servir. Segundo, que a pesar de los oropeles atribuidos a esta actividad, no hay que “creérsela”, actuando con arrogancia o distancias innecesarias con nuestros semejantes.


*Doctor en ciencias políticas y diplomático retirado.

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