UN VIAJE INCREÍBLE A TRAVÉS DE LOS SIGLOS Y DE LA ESTEPA PATAGÓNICA

Se dice que la Trochita o “Viejo Expreso Patagónico”, llamada así por los lugareños, es un tren a vapor mundialmente famoso por ser el único que funciona en el planeta. Ubicada en Esquel –provincia de Chubut–, la trochita tiene tan solo setenta y cinco centímetros de separación de rieles y es el paseo elegido por los turistas para conocer los valles y la estepa patagónica.


En los inicios del siglo xx era el único vehículo que unía a las comunidades cordilleranas de Río Negro y Chubut. En algunos de sus vagones transportaba mercaderías y también personas que viajaban aclimatadas con viejas salamandras, junto con sus animales. Con el paso del tiempo, se habilitó un coche comedor y algunos vagones de primera clase.

Construida y entregada en 1922 para ferrocarriles livianos de la Patagonia, las marcas que la construyeron fueron: “The Baldwyn locomotive” (Filadelfia, Estados Unidos) y “Henschel&Sohn GmbH” (Cassel, Alemania). Funciona a vapor alimentada a petróleo parafinado, como fue pensada originalmente. Mantiene todas sus piezas originales y varias reconstruidas para fines turísticos.

Hoy la trochita es una sobreviviente de principios del siglo pasado, que se ha convertido en un importante Monumento Histórico Nacional. Los vagones de color verde claro ya no llevan animales ni mercaderías, sino turistas entusiasmados que llegan a la estación Esquel, a las diez de la mañana, horario en el cual parte para recorrer treinta y seis kilómetros de un paseo inimaginable, solo los días sábados. Suele ofrece en uno de sus vagones una mini confitería, adornada con cortinas verdes y banquitos muy pequeños, que actualmente se encuentra cerrada por la pandemia.

Calefaccionada con salamandras a leña, sale de la estación y cruza en el primer puente el arroyo Esquel y luego vira su recorrido para correr paralelo al cordón Esquel y a la ruta 259, bordeando el Regimiento 3 de Caballería Ligera del Ejército Argentino. Más tarde cruza la ruta 259 y luego la ruta nacional 40 en el tramo que se dirige a la localidad de Tecka.

Al subir al tren, un guarda revisa los pasajes, y a los pocos minutos el sonido del vapor, rugiendo por la chimenea, anuncia que La Trochita está a punto de partir. Lentamente comienza a vagar, a través de la estepa. Las ovejas, acostumbradas al silencio de la montaña se asustan del sonido y corren por el paisaje agreste; los restos fósiles de algunos animales descansan olvidados, y los patos, flamencos y cauquenes —gansos silvestres— reposan cerca de los pequeños lagos. Alguna vaca pérdida corre adelante del tren buscando su ternero, los caballos miran el paso de La Trochita sin inmutarse y manadas de guanacos y ñandúes disfrutan del cielo azul de la Patagonia. Las montañas nevadas tocan las nubes, copos de algodón se deshacen en nieve, cayendo sobre el paisaje. Y un rato después sale el sol, derrite los hielos e ilumina a La Trochita, que a lo lejos se pierde por el horizonte.

El viaje en el tiempo dura aproximadamente tres horas. Los pasajeros, viajantes de una aventura que los hace cómplices, van con una guía de turismo que les va relatando la historia de La Trochita. A seiscientos metros sobre el nivel del mar, La Trochita pasea a sus amantes por el último trayecto, la estación Nahuel Pan, nombre que proviene del araucano NAHUEL: tigre y PAN: apócope de PANQUEL: cachorro, por lo que su significado final sería “Cachorro de tigre”, en honor al cacique referente de la zona.

Al llegar a Nahuel Pan, una pequeña aldea mapuche, los aborígenes locales, le dan la bienvenida a los viajeros, con tortas fritas caseras recién elaboradas por ellos mismos, con música regional y artesanías. Los turistas descienden del tren y caminan por el valle encantado, donde el viento juega con sus cabelleras. Ahí mismo pueden visitar la Casa de las Artesanas, en donde se exponen y venden artesanías regionales, de diferentes materiales: lana, madera, cerámica, cuero, piedra, metal, etc. También tienen la posibilidad de hacer paseos cortos a caballo y comprar piedras de distintos colores y tamaños, extraídas de las montañas.

La cantidad de fotos que los visitantes sacan llenarían un álbum entero, es que Nahuel Pan tiene el encanto de estar en el medio de la nada, lejos de la civilización, cerca del cielo y de la naturaleza. Mientras la gente termina de comprar algún presente para un amigo querido, La Trochita comienza a dar la vuelta para volver hacia la estación Esquel. Las chimeneas vuelven a escupir el vapor y ya es hora de volver. Se descubren nuevos paisajes, se huele la tierra y se siente el calor de la salamandra.

Acompañados por la guía, el viaje llega a su fin. Antes de esto, el tren pasa cerca de plantaciones de árboles y cerca de viviendas. Al pasar, los autos se detienen, los conductores y demás personas saludan agitando la mano y sonriendo al descubrir que su tren, el tren de su Patagonia ha sobrevivido al paso de los siglos, al paso del hombre en una provincia agreste, helada y ventosa, que conserva uno de los mejores paisajes de la Argentina.


Por Stella Roque. Hace algunos años atrás solía escribir para un periodista argentino que tenía un sitio web en Estados Unidos. Esta es una de las notas que me publicó.

Comentarios