¿Corrector o corruptor?

A la hora de "negociar" los cambios que el corrector propone para los textos, algunos autores se preguntan: "¿corrector o corruptor?"; y es que la tarea de corregir involucra dos grandes peligros que surgen, paradójicamente, del conjunto de habilidades caracterizadas como competencias enciclopédicas, gramaticales y textuales. Porque la aplicación exagerada de tales procedimientos, puede constituirse a su vez en fuente inagotable de nuevos errores y entonces corromper desde los cimientos la especificidad de la tarea.

El corrector no debe olvidar que su trabajo está supeditado al del autor, por lo que debe evitar sobrecorregir y ultracorregir. En el primer caso, en el que la intervención en los textos ajenos no busca mejorar los aspectos que se apartan de la normativa canónica, sino simplemente hacer prevalecer sus preferencias estilísticas y personales, se producirán desajustes tanto intratextuales como interpersonales.

En el segundo, el de la ultracorrección, el riesgo consiste en corregir lo correcto. El trabajo de la corrección se apoya en la norma, es decir, que la adecuada discriminación entre los usos correctos y los incorrectos es de vital importancia para el "buen corregir". Sin embargo, es necesario considerar que la aceptabilidad de las normas varía no solo diacrónicamente sino de comunidad en comunidad: el corrector debe tomar conciencia de que muchos errores que se cometen en un momento histórico terminan finalmente siendo aceptados por la norma vigente debido a que el uso y el consenso social así lo imponen. Ultracorregir entonces, implica aplicar sobre un error un criterio ya perimido en el tiempo o bien realizar una transposición errónea de la normativa vigente.

Por lo tanto, la labor del corrector requiere no solo de conocimientos técnicos, sino de saberes obtenidos gracias a una sólida formación cultural, al modo de la que poseían los copistas, originarios correctores, cuyo trabajo erudito y minucioso era una instancia obligada en la reproducción de una obra e, incluso, un valor agregado a su calidad y precio de venta. Corregir es entonces una técnica, que se nutre de conocimientos previos y de procedimientos específicos que son factibles de ser adquiridos con la práctica. Pero también es un arte, ya que no existe una única versión posible para corregir un texto.



Fuente: "¿Corrector o corruptor? Saberes y competencias del corrector de estilo". María Marta Negroni y Andrea Estrada. 

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